2.7.05

Una pesadilla otra.

Viernes a la mañana, entre las 9.30 y las 10, aproximadamente. Metido bajo sábanas desordenadas, insertado entre dos mundos: el del sueño y el otro, ese que es bastante más absurdo y poco creíble. Abro los ojos y gracias a un ángulo imposible desde la cama veo que Flor abre la puerta del departamento para ir al trabajo. Una súbita, poderosísima angustia me invade: no me dio un beso de despedida, una caricia, se olvidó dejar caer último mimo de la mañana. Intento gritarle, "Puchula, puchulaaaa" (apelativo cariñoso) pero perdí la voz, apenas sale un graznido rasposo, un sonido de cientos de goles gritados y humo tabacal y bebidas friísimas que cualquier madre reprobaría. Y me quiero mover, salir de la cama, pero las sábanas me anudan y retienen, no encuentro el hueco por donde escaparles, si ni siquiera están agarradas bajo el colchón por qué carajo no me las puedo sacar de encima y pataleo y la voz que sigue imitando a un Tom Waits ronco y la angustia convertida en la pura física de unas sábanas que no me dejan salir y una voz que no sale y Flor que está saliendo del departamento, siempre saliendo, es un movimiento lentísimo, eterno, irrevocable.

Despierto. La continuidad escenográfica es tan perfecta que la angustia se pasó del mundo del sueño a este sin el más mínimo esfuerzo. Grito y la voz por fin sale, pasan unos segundos en blanco hasta que finalmente Flor responde desde la ducha, y su respuesta es como agua que cae sobre mí también. Que me despierta. Que me limpia. Que me tranquiliza. Que me recuerda que me ama y que la amo. Que todo lo anterior nada que ver. Y que me revela lo irónicas que pueden resultar ciertas combinaciones químicas cerebrales.

¿Tienen algún nombre estos sueños, tan pegados a la realidad y a la vez tan alejados, que hacen nacer la angustia de la violencia irónica de esa distancia? Si no tienen, yo propongo uno:


Onironías.



PD: Interpretadores de sueños abstenerse.

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