Lisandro espera.
Pero ocurrió algo que Lisandro no esperaba: la espera que esperaba asumir lo estaba esperando a él en otra parte. Y lo esperó y esperó y esperó, hasta que se cansó de esperar y se fue a esperar algún transporte público que la devolviera a su hogar. Y esperó un rato y llegó un colectivo, y se subió y pagó el boleto y se sentó en la última fila, en el último asiento de la derecha, pegado a la ventana y al calor pastoso del motor en marcha.
Un sacudón del bondi le hizo abrir los ojos. Lisandro miró hacia la derecha, y vio que en el asiento pegado a la ventana una chica le sonreía con dientes inexplicablemente blancos. Pensó en acercarse y hablarle, pero en el último segundo decidió esperar a ver qué pasaba. La chica lo miró fijo durante varios minutos, se levantó bruscamente y tocó el timbre, apretándolo hasta casi ahogarlo contra el caño. El colectivo clavó los frenos, se abrió la puerta de atrás y la chica bajó corriendo. Lisandro esperó a que el colectivo arrancara y se alejara de ella para correrse hasta su asiento y pegar el culo contra el calor pastoso del motor en marcha. Y ahí sentadito, de pronto le pasó que ya no tuvo dudas: estaba esperando su parada.
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