28.8.05

Lisandro espera.

Lisandro sabía qué esperar, pero no sabía dónde ni cuándo. Momento, sabía dónde, pero no estaba seguro del momento en que tenía que empezar a esperar lo que sabía que tenía que esperar. Esperaba que algo o alguien le diera una señal, un aviso, algún tipo de comunicación que funcionara como campana de largada para su espera, pero ningún signo del conjunto de signos que hacían mella en su aparato perceptivo por esas épocas podía decodificarse en mandato de arranque para el aguardar. Así que Lisandro esperaba, esperaba empezar a esperar. Y la espera del empezar a esperar por momentos se le confundía con la espera en sí, esa que estaba esperando, la espera por eso que sabía que tenía que esperar. Pero cuando le pasaba algo así, Lisandro simplemente esperaba que se le pasara, para seguir esperando el momento en que todas las coordenadas del mundo se conjugaran en un punto inicial de la espera que esperaba empezar a corporizar.

Pero ocurrió algo que Lisandro no esperaba: la espera que esperaba asumir lo estaba esperando a él en otra parte. Y lo esperó y esperó y esperó, hasta que se cansó de esperar y se fue a esperar algún transporte público que la devolviera a su hogar. Y esperó un rato y llegó un colectivo, y se subió y pagó el boleto y se sentó en la última fila, en el último asiento de la derecha, pegado a la ventana y al calor pastoso del motor en marcha.

Un sacudón del bondi le hizo abrir los ojos. Lisandro miró hacia la derecha, y vio que en el asiento pegado a la ventana una chica le sonreía con dientes inexplicablemente blancos. Pensó en acercarse y hablarle, pero en el último segundo decidió esperar a ver qué pasaba. La chica lo miró fijo durante varios minutos, se levantó bruscamente y tocó el timbre, apretándolo hasta casi ahogarlo contra el caño. El colectivo clavó los frenos, se abrió la puerta de atrás y la chica bajó corriendo. Lisandro esperó a que el colectivo arrancara y se alejara de ella para correrse hasta su asiento y pegar el culo contra el calor pastoso del motor en marcha. Y ahí sentadito, de pronto le pasó que ya no tuvo dudas: estaba esperando su parada.

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